Por: Luciana Gratelli
05/04/2025
En una era en la que los jóvenes tienen más acceso a la información que en el pasado, no obstante, de manera absurda, parecen tener menos interés en la política. ¿Qué sucedió con su espíritu y ánimo colaborativo en aquellos que en tiempos previos promovieron revoluciones y transformaciones radicales? Últimamente, la implicación de los jóvenes en elecciones y actividades políticas ha experimentado una reducción significativa. Algunos los consideran apáticos, mientras que otros simplemente se sienten decepcionados. Sin embargo, la realidad es más intrincada; no es solo cuestión de indiferencia, sino de una profunda desvinculación. ¿Acaso la política está dejando de usar el "lenguaje de los jóvenes"?
Para muchos jóvenes, la política ya no motiva, sino que defrauda. Estamos madurando observando escándalos de corrupción, promesas engañosas y declaraciones vacías. Cada decisión parece un recuerdo recurrente: mismas caras, mismas disputas, mismas justificaciones. Esta continua repetición fomenta un sentimiento de impotencia en los jóvenes. ¿Por qué elegimos si nada se altera? Por lo tanto, surge la actitud crítica que, con el paso del tiempo, se transforma en indiferencia o en una elección deliberada de permanecer aislada. La política se transforma en un ruido continuo. Un canal que optamos por en silencio. Parece que el sistema político contemporáneo no está concebido para escuchar, ni mucho menos para incorporar.
No se puede decir que los jóvenes no nos interesamos por los problemas del mundo. Por el contrario, contamos con mayor información y conciencia que nunca. Nos movilizamos por diversas razones, tales como: el cambio climático, los derechos humanos y ciertos asuntos que son desconocidos. La diferencia radica en que no lo realizamos desde partidos políticos o cámaras legislativas; lo realizamos a través de las redes sociales, el arte urbano, las manifestaciones, entre otros. Hemos modificado los canales y procedimientos, pero no el motivo. Para algunos jóvenes, la política oficial es estricta y pausada, mientras que las redes proporcionan rapidez y libertad. Para ellos, ser político no implica vestir traje y corbata, sino actuar desde el día a día y aquello que impacta a todos. Estamos estableciendo una política diferente, aunque muchos no lo entiendan de esta manera.
Los partidos políticos no han sabido adaptarse a las nuevas generaciones, siguen con estructuras verticales, discursos formales y poca apertura a las ideas jóvenes. Los lugares de autoridad parecen estar reservados para las personas de edad avanzada, y cuando un joven desea involucrarse, frecuentemente no es considerado de manera seria. Además, la ausencia de educación política en los centros educativos empeora la situación. Numerosos jóvenes desconocen el funcionamiento del sistema, ni cómo pueden afectarlo. Esto crea un obstáculo que los separa aún más. La política se asemeja a un "círculo cerrado", con su propio lenguaje y normas que excluyen. A menos que se democratice el acceso y el diálogo, será complicado que los jóvenes se perciban como parte de la sociedad.
El distanciamiento de los jóvenes de la política oficial no se debe a la indiferencia, sino a la ausencia de vías eficaces de participación y a un sistema que no atiende sus inquietudes ni identifica sus formas de manifestarse. Si la política aspira a recuperar la voz de las generaciones más jóvenes, necesita reinventar sus estructuras: abrir espacios a nivel horizontal, integrar herramientas digitales y garantizar una educación cívica que indique no solo derechos, sino también métodos efectivos de incidencia. Los jóvenes ya no aspiran a discursos inútiles, sino a acciones palpables que potencien su ambiente y su porvenir; por lo tanto, el desafío de los partidos y gobiernos es fortalecer, no simplemente motivar a votar. Solo de esta manera, la política dejará de ser un ruido constante y se transformará en un proyecto compartido donde todos, sin distinción de edad, podamos escucharnos y edificar juntos.